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  • Foto del escritorDiana Velasco

El zapatero tiene tumbao

Ese Manuel Tiberio que va caminando, ese de apellido Calvo, es el bailarín de Vieja Guardia que hace un calzado que a ninguno de sus colegas le queda apretao, apretao, apretao.


Manuel Tiberio en su rinconcito dedicado a la elaboración de esos zapatos que le dieron el premio ‘Punta Talón’ en el 2013.

Lo rechazó. Por primera vez en su vida, Manuel estaba en la mitad de la pista del ‘grill’ o discoteca 'Honka Monka' de la Carrera 6 con Calle 24 sin una pareja que lo acompañara en cada paso, pues la chica que había sacado a bailar en aquella noche de 1976 no aguantó que Manuel se hubiera enredado al darle vueltas y lo dejó solo, no sin antes pronunciar unas palabras que él recordaría por siempre. Allí, Manuel Tiberio supo que debía dedicarse a la vagancia de la época.


Incómodo, el joven Manuel que pronto cumpliría 16 años tomó asiento mientras en su mente retumbaban las palabras de aquella mujer: "es que vos no bailás". Esa frase fue la que lo llevó a prometerse ser el mejor bailarín. Cuarenta años después de ese ‘desaire’, Manuel -quien llegará a sus 56 años el próximo 2 de septiembre- aún recuerda cómo empezó a cumplir su promesa: "Yo pagaba la entrada a 'Honka Monka' pero yo no bailaba, yo me sentaba a ver bailar y me iba para la casa detrás de la puerta a ensayar ". Y así, a los pocos meses ya era reconocido en el ‘Honka Monka’ por parecer un trompo que giraba sobre el suelo al ritmo de una pachanga, una salsa o un boogaloo.


Dos años más tarde, en una noche en la que estaba azotando baldosa, Manuel sintió que lo miraban fijamente. Eran los compañeros del colegio del que se había salido. En ese instante, por su mente pasaba una frase casi reveladora: “Yo soy el vago y ellos son estudiantes, ellos ya se van a graduar", a la vez que la vergüenza le quitaba los ánimos de bailar. Ahora era un ‘vago’ más que se pasaba la vida entre pasos, vueltas y conteos musicales e iba a los ‘aguaelulos’ con su ‘gallada’ del barrio La Isla en busca de una botella de aguardiente y unas cuantas monedas que la gente lanzaba a la pista cada vez que ofrecía un espectáculo bailando. Pero Manuel no iba a 'aguaelulear' las 24 horas del día, así que el resto de su tiempo se lo dedicó a un arte familiar que hoy es su herencia y compañía: la zapatería.


Mientras cae la tarde del 22 de abril de 2016, el bailarín de Vieja Guardia Raúl Ramírez dice que Manuel no es un zapatero cualquiera: "Él no es zapatero, él es profesional en producción de zapatos, es comerciante de zapatos. Imagínese, son tan malos que todos los grupos los mandan a hacer acá". Y lo dice entre carcajadas y con gran seguridad, pues ha bailado con zapatos hechos por Manuel, y gracias al baile lo conoce tanto que recuerda el entrenamiento que Manuel toma antes de empezar a bailar.


"Él se agarra a correr media hora y ensaya diez minutos. Sí, él se agarra a trotar media hora y empieza la esposa Flor a llamarlo, entonces hacemos un disco tres veces y ya. El cuento de él es que tiene un par de zapatos pa' terminar y que se los pidieron ya". Pero Raúl dice eso solo sucede cuando los ensayos son de rutina y no se avecina un show de la Fundación Artística Soneros del Ayer y Hoy, un grupo de baile fundado por Manuel en el 2000 y en el que Raúl tira paso.


La fundación funciona en el segundo piso de una casa ubicada en la Calle 81 # 26 P 04 en el barrio Alfonso Bonilla Aragón, la misma en la que Manuel, su esposa y sus dos hijos despiertan cada día y que en el primer piso guarda un rincón para que Manuel haga los zapatos para bailarines. Zapatos que parecen tener un toque mágico inconfundible.


Pronto llegará, el zapato de mi suerte...


La suerte llegó a la vida de Manuel en el año 2005, cuando hizo un par de zapatos verde con plateado para que su hijo Dany Manuel Calvo bailara en la primera presentación del grupo Soneros del Ayer y Hoy en el Parque de la Caña mientras la Feria de Cali llenaba de alegría las calles de la ciudad, y desde ese día se dio a conocer como un zapatero de la salsa, pero no cualquier zapatero de la salsa, sino aquel que hace zapatos que pueden costar desde $60.000 y han acompañado en el podio a academias de baile como Constelación Latina, Swing Latino y a una pareja de talla mundial que él recuerda con cariño.


"Cuando Adrianita y Jefferson quedaron campeones, con los zapatos que quedaron campeones, esos los hice yo. Cuando Jefferson salió de la tarima, me abrazó y me dijo: "ganamos por los zapatos", así me dijo Jefferson". Eso fue en el 2013, cuando Adriana Ávila y Jefferson Benjumea ganaron la medalla de oro en la modalidad Salsa de Baile Deportivo en el marco de los World Games o ‘Juegos Mundiales’ llevados a cabo en Cali.


Pero la fama no solo la prueban los bailarines, Manuel también la saboreó en el 2013 cuando ganó un premio ‘Punta Talón’ como Industria Cultural Destacada por su microempresa familiar ‘Calzado Láser’.


El premio lo recibió en compañía de su esposa Florentina Velazco, quien lo ha acompañado desde 1980 cuando ella tenía 18 años. A partir de ese momento, ella se convirtió en la compañera de vida y pareja de baile de Manuel, aquella mujer que recuerda: "Una vez nos habían invitado a bailar y entonces recién nosotros habíamos sacado una coreografía de un disco en el que él se tiraba al suelo, que daba la barredora en el suelo. Y resulta que él se tiró y él casi no se puede parar, entonces ahí nos atacó la risa. En plena presentación no se podía parar". Y a pesar de que al final se pudo poner de pie, las caídas han estado varias veces en la vida de Manuel.


Una piedra en el zapato


Aquella noche en la que se sintió un ‘vago’, Manuel observaba a los compañeros del colegio que dejó para trabajar en la zapatería y ayudar con los gastos del hogar. Pensaba que tener que dejar la escuela sería la única piedra en el zapato de su vida, pero no fue así, pues desde enero de este año la fundación tiene menos bailarines, según dice Flor, "fue la subida del dólar, como que eso dañó a todo el mundo". Al principio del año tenían alrededor de 40 niños en el grupo infantil, hoy no quedan más de 12 que a duras penas pagan la cuota mensual de $15.000, dinero que se usa para pagarle al coreógrafo.


“En estos momentos -cuenta Manuel- solo hay un coreógrafo, pero no alcanza ni pa' pagarle a él, porque tampoco se le puede dar cualquier $10.000 mensuales ni $20.000, hay que darle más de $100.000 o más de $150.000, y eso ni siquiera lo produce la academia en estos momentos". Por eso, para terminar de cubrir los gastos, Manuel saca dinero de la zapatería y solo pronuncia una frase: "vamos a ver hasta dónde vamos a aguantar".


Y su lucha es constante, no se avergüenza al decir firmemente "la vagancia me llevó a ser alguien ahora", porque para ir al ‘aguaelulo’ empezó a hacer zapatos y por eso hoy es reconocido como un gran zapatero y bailarín de la Vieja Guardia. Cada día se levanta con ganas de hacer más pares de zapatos ganadores y bailar al son que le toquen en compañía de su esposa, para que cuando vaya caminando por la calle, la gente lo reconozca y sepa que ese que va ahí es un zapatero que tiene su tumbao, ese que hace un zapato que a ningún bailarín le queda apretao.

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